sábado, 8 de septiembre de 2012

El otro yo ( Mario Benedetti)

Voy a compartir algunos textos que estoy grabando para el programa Aire Libre , lunes a viernes de 10 a 12 hs por Radio Libre www.radiolibre.org.ar

lunes, 20 de agosto de 2012

Danzón porteño

Una tarde, borracha de tus uvas
amarillas de muerte, Buenos Aires,
que alzas en sol de otoño en las laderas
enfriadas del Oeste, en los tramontos,

vi plegarse tu negro Puente Alsina
como un gran bandoneón y a tus compases
danzar tu tango entre haraposas luces
a las barcazas rotas del Riachuelo:

sus venenosas aguas, vivoreando
hilos de sangre; y la hacinada cueva;
y los bloques de fábricas mohosas,

echando alientos, por las chimeneas,
de pechos devorados, machacaban
contorsionados su obsedido llanto.

Alfonsina Storni

jueves, 26 de julio de 2012

LA AMADA DE LOS MALQUERIDOS

 
 
 
¡Viva el cáncer! escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. 
 
La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. 
 
Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo. 
 
Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos. 
 
Evita se había salido de su lugar. 
 
La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían. 
 
Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. 
 
Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. 
 
No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. 
 
No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina. 
 
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando. 
 
Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. 
 
Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra. 
 
Eduardo Galeano  
 

miércoles, 11 de julio de 2012

domingo, 20 de mayo de 2012

La libertad

Unas palabras de Carlos Fuentes , para empezar la semana.

"Libertad es búsqueda de libertad. Nunca la alcanzaremos completamente. La muerte nos advertirá que hay límites a toda historia personal. La historia, que perecen y se transforman las instituciones que en un momento dado definen la libertad. Pero entre la vida y la muerte, entre la belleza y el horror del mundo, la búsqueda de libertad nos hace, en toda circunstancia, libres."
Carlos Fuentes

domingo, 29 de abril de 2012

Quiéreme .....


Quiéreme, aunque sea de verdad,
quiéreme, y permíteme el exceso,
quiéreme, si es posible, sin piedad,
quiéreme, antes del último beso.

Quiéreme, haz que se incinere el mar,
quiéreme, como el vendaval que pasa,
por el resto de una brasa
dentro de un glaciar.

Quiéreme, sin el mínimo pudor,
quiéreme, con la insidia de la fiera,
quiéreme, hasta el último temblor,
quiéreme, como quien ya nada espera.

Quiéreme, aunque no sepas fingir,
quiéreme, que de todas mis flaquezas
sacaré la fortaleza
para revivir.

Sabes bien
que jamás te lo he pedido
ni jamás te hice un reproche...
por lo que esta vez te pido,
ya que no es cosa de dos,
que tú seas quien me quiera
como nunca me has querido
esta noche del adiós...

Quiéreme, ahora que llegó el final,
quiéreme, sin mas puntos suspensivos,
quiéreme, aunque venga el bien del mal,
quiéreme, como si estuviera vivo.

Quiéreme, que no entiendo qué hago aquí,
quiéreme, si no quieres que esté muerto,
porque todo es un desierto
fuera de ti.

Quiéreme, que ya empieza a anochecer,
quiéreme, aunque sólo sea un instante,
quiéreme, y hazlo como otra mujer,
quiéreme, como si fuera otro amante.

Quiéreme, que mañana ya murió,
quiéreme, como si el mundo acabara,
como si nadie te amara
tanto como yo...

Luis Eduardo Aute

lunes, 2 de abril de 2012

ÁLAMOS DE PRIMAVERA

No me dejes morir dónde no debo
que no quiero dejar de ver el cielo,
este suave celeste que vigila
desde siempre mis más hermosos días.
No me dejes morir dónde no debo
que no quiero dejar de ver el cielo,
largas filas de álamos quisiera
restallando su verde en primavera.

De morir quiero amar antes contigo
aferrado a tus pechos como lunas
y al partir no recuerdo otro camino
más que el suave ondular de tu cintura.
Quiero amarte en el último minuto
desangrando mi amor sobre tu vientre
y descubrir otra vez cuanto del mundo
puedo hallar en tu voz y en tu frente.

Victor Heredia

sábado, 24 de marzo de 2012

Historia de una plaza y un pueblo

Un adoquín. Otro adoquín, y otro y otro y otro….
Una calle, una plaza, historia de una plaza y un pueblo.
Camino por Defensa y empiezo a escuchar voces, dicen que quieren saber de que se trata. Oigo a los que colmaron tantas veces la plaza aclamando a su líder, al que vino a decirles que tenían derechos. Me estremecen los llantos de miles y miles por la muerte de su jefa espiritual.
Un adoquín. Otro adoquín, y otro y otro y otro….
Una calle, una plaza, historia de una plaza y un pueblo.
Me indigno con los estallidos de las bombas del ’55, cuantos murieron por causa del odio.
Otra vez escucho la voz de él, de vuelta con su gente.
Ahora no escucho casi nada, apenas pasos de mujeres dando vuelta a la plaza una y otra vez. El silencio es cortado por una estruendosa multitud que grita enardecida "vamos ganando!", mientras en realidad mueren cientos de sus hijos en el frío y lejano sur.
Un adoquín. Otro adoquín, y otro y otro y otro….
Una calle, una plaza, historia de una plaza y un pueblo.
La plaza se viste de fiesta, un hombre les devuelve la esperanza, los sueños, pero no a los padres, hijos, amigos. La sombra del pasado parece cubrir estos tiempos.
No entiendo bien lo que escucho a continuación, parecen tiempos apáticos en los que no está claro hacia dónde va la gente, parecen haber perdido el rumbo. Lo único que nunca dejo de escuchar son los pasos de de esas mujeres, de pañuelo blanco en sus cabezas blancas por el paso del tiempo.
Cuando ya mi iba, otra vez una multitud llenó la plaza y me quedé para escucharlos. Parece que recuperaron algo que habían perdido o que simplemente les quitaron. Siento que los que no están presentes están en sus memorias y que los asesinos están tras las rejas.
Ya no se escuchan los pasos de las mujeres, solo se escuchan sus voces.
Mariano Suárez Vidal

sábado, 25 de febrero de 2012

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES

de Julio Cortazar ( "Final del juego", 1956).

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.