Cada uno grita y patalea desde el lugar que puede. O que le toca. Desde la zanja, el patio, la azotea, el balcón terraza o el pent house. Cada uno va con lo que tiene: pasamontañas, palos, cacerolas o velas. Con ropas de oferta o vestuario caro. O si quiere, desnudo. Y con cultura de descarte, de obelisco, de barrio o de country. De heterosexual o de travestido. Cada uno adhiere a una marcha o a una contramarcha si tiene ganas. Y si tiene desgano adhiere al desgano. Y hay marchas que tienen su hinchada y otras que, apenas salen a la cancha, la platea las silba.
Pero todos somos militantes: hasta los que militan en la nada. O los que dicen que no militan sino que se quedan en casa y no se ocupan de política. La neutralidad es también una ideología. Y la indiferencia, una posición activa. Y los santuarios son homenajes furiosos contenidos, porque los "santuaristas" saben que se puede hacer catarsis con una flor pero no con una horca.
Cada uno marcha y grita en pos de algo aunque se quede quieto o aunque haga silencio y tapie las ventanas de su casa. Este es un tiempo social de entrecruzamientos y de cruces, de pulsiones y de reclamos. Reclaman hasta los que están atiborrados porque su ingesta se ha habituado a atiborrarse y a un miligramo menos de bocado lo consideran un ayuno inmerecido. Reclaman los que reclaman por la inercia antropológica del abandono perpetuo y creen ver un intersticio. Reclaman los que no reclaman porque el reclamo les interrumpe el tránsito.
Hay una calentura democrática que algunos ven con miedo en vez de ver con curiosidad apasionada, con desprejuicio partidario y con libertad de credo y de descreimiento.
Hubo aquí un tiempo en el que las únicas marchas permitidas eran las procesiones y los desfiles militares. O los funerales nocturnos subrepticios.
A mí me atrae este clima de discordia dialéctica, de alborotos vecinales, de intolerancias verbales y de oposiciones estéticas. También la duda acerca de dónde está exactamente la verdad ética. Cada situación se realimenta; cada escándalo se discute públicamente con más pasión que en las bancas. La cosa está que arde pero sin llamas.
Los dramas de dos embarazadas violadas en Guernica y en Mendoza; el pensamiento del Episcopado y el de las organizaciones que lo contrarían; la seguridad y la desigualdad: y la manipulación de la tragedia y la sensación de cada sector según su calidad de vida o su fatalidad en la supervivencia; la soja y las vacas, y las retenciones y el costo del asado; las coimas en el Senado y el arrepentimiento retrospectivo; las pasteras uruguayas y la resistencia entrerriana; el indigenismo y el desdén histórico; el gorilismo inmarcesible y la arrogancia del resultado numérico. Ah, me olvidaba, y el radicalismo puro e impuro, aunque la historia va a decir cuál es uno y cuál el otro y a lo mejor su fallo nos sorprende.
Si el Big Bang de Stephen Hawking fue hace millones de años, éste es el Big Bang argentino que nos involucra. Plutón y el FMI dejaron de ser planetas. Los jubilados ya no son calificados como seres humanos insustentables. Cada gritón grita como se le da la gana. Hay derroche de garganta fácil y de escándalo soplado para dar espectáculo y para que la gente no se aburra.
Hay que saber ningunear al fanatismo y al "ningunismo". Y a la solemnidad pacata y a la monserga hipócrita y a los que son capaces de mentirle al psicoanalista y de mentirse a sí mismos porque le tienen alergia a la pelea entre Dios y el Diablo que Dostoiveski cuenta sin decirnos quién vence.
La vida es desprolija, como nosotros.
La Argentina no es Escandinavia. Tampoco el Vaticano.
De a ratos es bella.
Orlando Barone
1 comentario:
Está bueno.
Hace rato que no firmo, soory. Paso y leo, eso si!
Saludo atte.
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