Un adoquín. Otro adoquín, y otro y otro y otro….
Una calle, una plaza, historia de una plaza y un pueblo.
Camino por Defensa y empiezo a escuchar voces, dicen que quieren saber de que se trata. Oigo a los que colmaron tantas veces la plaza aclamando a su líder, al que vino a decirles que tenían derechos. Me estremecen los llantos de miles y miles por la muerte de su jefa espiritual.
Un adoquín. Otro adoquín, y otro y otro y otro….
Una calle, una plaza, historia de una plaza y un pueblo.
Me indigno con los estallidos de las bombas del ’55, cuantos murieron por causa del odio.
Otra vez escucho la voz de él, de vuelta con su gente.
Ahora no escucho casi nada, apenas pasos de mujeres dando vuelta a la plaza una y otra vez. El silencio es cortado por una estruendosa multitud que grita enardecida "vamos ganando!", mientras en realidad mueren cientos de sus hijos en el frío y lejano sur.
Un adoquín. Otro adoquín, y otro y otro y otro….
Una calle, una plaza, historia de una plaza y un pueblo.
La plaza se viste de fiesta, un hombre les devuelve la esperanza, los sueños, pero no a los padres, hijos, amigos. La sombra del pasado parece cubrir estos tiempos.
No entiendo bien lo que escucho a continuación, parecen tiempos apáticos en los que no está claro hacia dónde va la gente, parecen haber perdido el rumbo. Lo único que nunca dejo de escuchar son los pasos de de esas mujeres, de pañuelo blanco en sus cabezas blancas por el paso del tiempo.
Cuando ya mi iba, otra vez una multitud llenó la plaza y me quedé para escucharlos. Parece que recuperaron algo que habían perdido o que simplemente les quitaron. Siento que los que no están presentes están en sus memorias y que los asesinos están tras las rejas.
Ya no se escuchan los pasos de las mujeres, solo se escuchan sus voces.
Mariano Suárez Vidal
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