¡Viva el cáncer! escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos
Aires.
La odiaban, la odian los
biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente.
Ella los desafía hablando y
los ofendía viviendo.
Nacida para sirvienta, o a lo
sumo para actriz de melodramas baratos.
Evita se había salido de su
lugar.
La querían, la quieren los
malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían.
Además Evita era el hada
rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el
incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de
coser, dentaduras postizas, ajuares de novia.
Los míseros recibían estas
caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas
despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón.
No es que le perdonaran el
lujo: se lo celebraban.
No se sentía el pueblo
humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita,
rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando.
Día tras día, noche tras
noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo.
Suspiran aliviados los
usureros, los mercaderes, los señores de la tierra.
Eduardo Galeano
6 comentarios:
pase, leí, un grande Galeano, muy bueno el blog, siempre lo leo, abrazo
gracias por pasar.
abrazo
Nunca lo había leído. Qué bueno está! Bacio.
si, es muy bueno.
"La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente."
tremendo.
si.
Gracias Don Suarez
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